LECTURA DE LA IMAGEN
Santa
Agueda, por su parte, fue una virgen y martir cristiana, de Sicilia, a la que el
senador Quintianus, por venganza al no poder poseerla, le hizo cortar los senos.El
cuadro de Zurbarán es de 1633 y, como ya señalamos, se encuentra en el Museo
Fabre, en Montpellier, Francia.
Si Zurbarán no hubiese sido el genio artístico que fue, su obra podría definirse como la de un pintor barroco volcado al tema religioso, que de muy de vez en cuando aborda otros temas como el retrato o el bodegón. Pero el arte de Zurbarán es especial, completamente especial. Comenzó su producción influido por las modas tenebristas que llegaban de Italia, pero el contacto con su amigo Velázquez acabó por aclarar su paleta, mientras el artista adquiría esa enorme capacidad para remarcar los volúmenes de los personajes que representa, hasta el punto de que en ocasiones llegan a parecer esculturas bidimensionales.
Pero
las obras de Zurbarán enseñan al mundo también, en plena Contrarreforma, una manera
de entender la religión católica bastante peculiar: el pintor renuncia la mayor
parte de las veces a mostrarnos el dolor de los personajes, los aspectos
violentos o desagradables de sus martirios si es el caso, y se concentra en
reflejar la religiosidad en los rostros, en las actitudes. En definitiva, sus
planteamientos están muy cercanos a la mística, como vía personal e interior
del acercamiento a Dios.
Lo primero
sería realizar un análisis preiconográfico describiendo la imagen, identificándola,
haciendo un estudio del lenguaje formal utilizado en su realización y ubicándola
dentro de su periodo artístico. En este caso estamos ante una obra del barroco
español ejecutada por el maestro Zurbarán.
A
continuación a través del análisis iconográfico estudiaríamos los atributos y
elementos propios de la imagen. Así Zurbarán habría utilizado como atributo una
bandeja con los pechos cortados de la mártir. Este es el motivo principal y el
que nos proporciona la identificación como Santa Águeda. En este caso está
bastante claro puesto que es un atributo no compartido con ninguna otra imagen.
En otras ocasiones resulta más complejo puesto que hay representaciones que se
pueden prestar a confusión por compartir atributos o por no aparecer de manera
clara en la obra.
Zurbarán
suele representar a estas santas y mártires con la vestimenta propia de sus
modelos, o sea de una mujer contemporánea al artista, no recreando el tiempo
histórico en que se supone que existieron como ocurre en esta ocasión.
Santa Casilda (1630) Museo Thyssen Bornemisza, Madrid

Para
finalizar veríamos el análisis iconológico en el que debemos entender qué función
tiene la representación de este tipo de mártires, su acción ejemplarizante y
cómo en el barroco el arte religioso se acerca al pueblo, humanizando sus
formas y su expresión para hacer la identificación con el pueblo algo más
real. Esto lo podemos observar en la caracterización de estas santas como damas
de la sociedad del barroco.
Este sería
el esquema básico para interpretar la imagen desde el punto de vista iconológico,
que a su vez incluiría el iconográfico. El estudio completo aportaría apreciaciones
de todo tipo y por supuesto un análisis realmente profundo. Quizás en otra
ocasión traigamos un estudio donde de la teoría se pasase a la práctica.
Santa Isabel de Portugal (1638-42) Museo del Prado, Madrid.

Como
muestra de todo lo expuesto, valga esta
serie de santas en las que Zurbarán nos dejó lo mejor de su pintura: esas
mujeres, todas mártires (de hecho cada una lleva el atributo de su martirio),
pero en las que el dolor no está representado. Las santas aparecen absortas en
sí mismas, ataviadas a la usanza de la época, pero rebosan serenidad, majestuosidad
y belleza. Una belleza que irradia del interior del personaje y que se extiende
a la totalidad de lo representado. Que se encuentra en el color y en la forma,
en los volúmenes, pero que nos lleva a los rostros y desde éstos al interior de
cada personaje. A lo más profundo de cada uno, a su corazón, como los místicos
querían.
En cualquier
caso, no es esta la forma más convencional de representar las imágenes
sagradas, y cuesta reconocerlas como tales, salvo por los atributos que portan,
signos de su martirio y santidad, y que sirven para identificarlas. No era
convencional ni siquiera en el siglo XVII, cuando Zurbarán las pintó. No debe
resultar raro, por tanto, que determinados sectores de la iglesia, aquellos más
fieles a las directrices artísticas marcadas por el Concilio de Trento,
rechazasen este modo de representarlas y acusaran a los artistas que así lo
hacían de llevar a la confusión al pueblo, necesitado según ellos, de ideas
claras en momentos tan cruciales para el catolicismo. Las palabras del predicador
Bernardino de Villegas son suficientemente elocuentes: ¡Qué cosa más indecente...
que unas vírgenes vestidas tan profanamente con tantos dijes y galas que no
traen más las damas más bizarras del mundo! Que a veces duda un hombre si adora
a Santa Lucía o a Santa Catalina o si apartará los ojos por no ver la
profanidad de los trajes, porque en sus vestidos y adornos no parecen santas
del cielo sino damas del mundo, y a no estar Santa Clara con su espada en la
mano y Santa Lucía con sus ojos en el plato, por lo que toca a su vestido y
traje galán con que las visten, nadie dijera que eran santas ni vírgenes
honestísimas."
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